Dentro de cada ser humano existe la necesidad de realización, y a lo primero que se debe enfrentar es a la resistencia del cuerpo y la mente a salir del confort, pareciera una especie de gravedad espiritual que ejerce atracción sobre la calma y lo estático.
Este fenómeno sucede en cualquier tarea que implique un esfuerzo, por mínimo que sea.
Sin embargo, esa necesidad de trascender se manifiesta una y otra vez hasta que afortunadamente obliga a romper barreras y salir en la búsqueda de todo aquello que nos enseñe a desarrollarnos.
La meta del voluntariado siempre será alcanzar el bien, a través de muchos rostros y facetas.
A veces queremos apresurar el paso para llegar, y de pronto encontramos durante la jornada parajes fascinantes que, como nutrientes, nos fortalecen y nos hacen más placentero el camino.
Estos parajes consisten en seres que como nosotros también buscan el bien a través de sus manos y sus huellas, y estos encuentros provocan un hermoso eco que va originando una sintonía, más que perfecta, suprema. Y es que pocas sensaciones superan la de unir fuerzas y talentos para llegar a ese horizonte; qué reconfortante es saber que alguien más nos acompaña, nos inspira y nos da ejemplos de cómo conquistar esa cima de hacer el bien.
El voluntariado es una vocación puesto que es la oportunidad de plasmar nuestra esencia más allá del deber, tan solo por iniciativa del corazón. El voluntariado es aquella obra de arte que surge del espíritu para el mundo.
Por fortuna y bendición, mi paraje favorito es y será la Federación Femenina.
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