El coronavirus ha llegado y nos hace notar nuestra fragilidad y el poco control que tenemos en nuestra vida. Este virus nos ha producido encierro, aislamiento, miedo que sale del interior y se derrama por el cuerpo y la cabeza. Se conecta con temor a las carencias, con pánico y otras sensaciones y actitudes que golpean nuestra soberbia y alimentan nuestra inseguridad. Pensé que tenía el mundo en mis manos, ahora sé que es al revés, estoy en las manos del mundo. Cada quien tiene una forma de pensar y no siempre coincide con los otros y menos en esta situación tan tensa que al pasar de los días se incrementa. El concepto de limpieza es diferente en cada persona y hay desacuerdos acerca de los cuidados adecuados.
Aquella idea que tenía de ser fuerte, se bambolea al darme cuenta de esa vulnerabilidad, se despliega una sonrisa hipócrita. Las agarraderas se rompen, nos damos cuenta que estamos inermes y aún no hay medicamentos modernos para vencer la enfermedad. Qué difícil dar esa patada mental a tus creencias y sonreír ante los demás. Somos seres sociales, hemos tenido pérdidas sociales, físicas y emocionales importantes durante el encierro. Algunas reuniones se hacen por zoom. Que emoción ver a algunas amigas y escucharlas hablar. Aunque no es lo mismo.
Conviven miembros de la misma familia durante más tiempo. Los fantasmas mentales y pensamientos inoportunos llegan de visita. ¿Sera bueno comentarlos o mejor que cada quién se quede con los propios? Pueden surgir desacuerdos, conflictos, que aunados a la tensión se convierten en discusiones absurdas y agresivas. Las personas están con los nervios alterados y así, logran sacar un poco de tensión. Se conocen mejor que antes, tanto las partes positivas como las negativas. Propias y de los otros. Surge la idea de subir el volumen de lo positivo para seguir adelante. Nuestras emociones crecen hay miedo, tristeza y enojo, unido a una gran incertidumbre que va en aumento conforme el tiempo avanza. Ya son muchos meses. Existe la costumbre de vivir calamidades, pero no a que se detenga la vida. Somos títeres sin saber que lo somos.
Nos damos cuenta que tenemos que aprender a dominarnos y poner la mejor cara ante lo que sucede. Un poco de música para escuchar o bailar es excelente, una lectura que nos distraiga, lo probé y me cambio el humor. Ver lo positivo y no centrarse en lo negativo. Dicen por allí que los tiempos de incertidumbre fortalecen el alma. ¡Ya la tengo fuerte! ¿Se puede pensar que esto ayuda a bajar la tensión? Quien sabe…En este suceso que nos tocó vivir el pánico se desparrama como si fuera agua.Por el momento se nos obliga a cambiar el estilo de vida, nuestros armarios se burlan de nosotros. Lo que pensábamos que era necesario, no lo es. No podemos cambiar lo que sucede, tenemos que cambiarnos a nosotros mismos, lo que implica adaptarse y hacer lo posible por estar tranquilos.
Este aislamiento aumenta la inquietud al ver las calles vacías y la gente guardada. Hay quien anhela el tráfico cotidiano Se necesita un autocontrol y fuerza interior extraordinaria e ignorada. ¿Regresaremos a la anterior normalidad? ¿Cuál era? ¿Qué es lo que más extraño? La alberca, mis amistades, juntas de trabajo, el salón de clases, el trabajo comunitario, la libertad de entrar al supermercado cuando lo deseo, no estar encerrada por decreto. ¿Podré encontrar algo bueno en esta nueva cotidianeidad?
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